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Archivos secretos: El Lobo noble
Adolf es un joven de veintiún años nacido en (la información de ubicación y nacimiento ha sido omitida). Su madre murió en su niñez. Su padre dejó que viviera solo después de su segundo semestre de universidad de (la información de estudios fue omitida), la cual abandonó y decidió trabajar de (información laboral omitida), con lo que se ganaba la vida tranquilamente y tenía tiempo para sus otros gustos: dibujar, tocar la guitarra, practicar artes marciales y Parkour. Era el típico muchacho amante de las artes.
Adolf iba todos los días a entrenar con dos amigos: (información omitida). Como cosa típica, estiraban y calentaban antes que cualquier cosa, cualquier ejercicio. En las calles de (información omitida) habían muchos lugares donde practicar saltos: en las calles habían muchos pasamanos, muros bajos, los techos de una casa a otra eran planas y no estaban muy separadas una de la otra, así que se podía pasar saltando tranquilamente y practicar el desplazamiento en los techos. En la zona también habían un par de parques con piedras lo bastante abundantes y de diversos tamaños para practicar. La rutina de Adolf y sus compañeros era no tener rutina. Cada día ideaban hacer algo nuevo, aunque sea en los mismos lugares pero haciendo otros ejercicios.
Un día cómo cualquier otro, Adolf, en plena salida de su empleo, como siempre hacía, se cambió su pantalón por un mono y su camisa por una sudadera y sus zapatos por unos deportivos. Al salir del establecimiento, recibe una llamada:
-Buenos días señor Adolf –Se escuchó –. Necesito su presencia en la funeraria.
Al llegar, descubrió que su padre había sido asesinado por una especie de cuchilla hace un par de días. A Adolf ya le parecía extraño que su padre no contestaba sus llamadas y no las de él; pensaba que estaba muy ocupado cómo para eso. Mientras se lamentaba, un abogado le pide que lo siga para que reciba la herencia escrita en el testamento de su padre. En un salón privado, el abogado le dice lo que le está escrito en el testamento: (información omitida), una grata cantidad monetaria y una carta. En la carta que se le había entregado estaba una disculpa de parte de su padre por haberle guardado tantos secretos, viajar tan a menudo en su niñez y no haber sido un padre muy apegado a él.
-¿A qué se referirá con secretos? –Se preguntó Adolf en un pensamiento –. Quizás no sea nada importante.
Al ignorar de lo que se puedan tratar algunas cosas planteadas en la carta, Adolf se retiró para regresar a su departamento. En su cama, con melancolía y nostalgia, revisó la carta nuevamente y encontró algo muy interesante en el sobre: había un trozo de papel pegado en el interior. Al sacarlo, vio que su padre hizo una pequeña confesión: ¨No soy un ser perfecto, ni nadie lo es en esta tierra aún, pero puede que encontremos la forma de hacer que seamos mejores de lo que podemos llegar a ser y el FDE nos ayudará a conseguirlo.
No soy perfecto y sé que no todo lo que he hecho está bien y, por eso, algún día un asesino tocará a mi puerta y me enviará a la paz que tanto he buscado¨. Confuso de lo escrito, prefirió ignorarlo y pensar que eran cosas de su trabajo. Guardó la carta en su gabinete y se acostó para empezar un nuevo día mañana.
Al día siguiente, Adolf fue llamado de la morgue, donde se había descubierto la causa de la muerte de su padre: una navaja de acero. No era un acero habitual en las manos de un simple ladrón o el arma que podría poseer un cualquiera. Este era un acero muy fino y muy resistente, un material excepcional.
-¿Puede saber quién fue el portador de dicha arma? –Preguntó Adolf.
–Lo siento, muchacho –Respondió el médico forense–. Pero el asesino no dejó un rastro muy claro ni nada que podamos seguir, además de un pequeño rastro de ADN de parte de su interesante arma. No sé si podamos conseguir mucha información que no sea el paradero del mineral del que fue forjada la cuchilla. Lo mejor será que vayas a tu casa y dejes que las autoridades se encarguen de este caso.
-¿Cuánto tiempo le tomaría investigar el posible paradero de ese mineral? –Pregunta Adolf, con cierta intriga e interés.
–No mucho, ya que este tipo de cosas llegan muy a menudo en estos días. Quizás para mañana ya sepamos de donde habrá venido esa cuchilla –Le responde el médico, mientras se fija en sus notas.
–Está bien, Doc. Lo mejor será irme –Así lo hizo. Pero esto no se quedaría así.
Adolf decidió infiltrarse en la morgue en la noche del día siguiente para robar los resultados y saber de dónde provenía la tan dichosa cuchilla.
– ¡Bingo! –Exclamó al encontrar los resultados en los archivos de la morgue.
Ya en su departamento, se dedicó a investigar más sobre la cuchilla, la cuál era de procedencia Oriental (del Medio Oriente para ser precisos): investigó el movimiento de exportación, minas de acero, religiones que la usaban, mafia… todo lo llevó a una orden que usaba las mismas cuchillas: Los Hashshashins.
Después de su trabajo y su cambio de vestuario, al llegar con sus compañeros de entrenamiento comentó sobre sus investigaciones como si fuera una simple curiosidad.
–He leído sobre ellos –Respondió uno de sus amigos –. Eran una orden de asesinos sicarios, controlados por Hassan Ibn Sabbah, “El viejo de las montañas”, que los drogaba con una hiervas llamada Hachís y les prometía un tal “Jardín de Ala”, donde se encontraban las mujeres más hermosas.
-¿Te refieres a que son una especie de mafia? –Pregunta Adolf, sorprendido por lo mucho que su amigo conocía del tema.
–Podría decirse –Le responde–. Es cómo un mito. “El Alamut”, “Hassan Sabbah y la Orden de los asesinos”… no creo que nada de eso sea verdad, pero si alguien toma el nombre de “Hashshashin” debe ser alguna especie de asesino mafioso.
Después de su habitual entrenamiento, Adolf se siente satisfecho de lo que consiguió y empieza a investigar posibles mafias en su zona. No tiene éxito.
Adolf siguió con su vida: trabajando, entrenando, practicando. Los Sábados practicaba artes marciales en (información omitida) con su maestro de Kung Fu, el Shifu Andrés Fang, hijo de una familia con un linaje de artistas marciales de todo tipo, principalmente de estilos chinos. El Shifu era un hombre no muy alto, de un metro sesenta (1.60 m.), delgado, pero con una estructura física bastante fuerte, rasgos faciales americanos con rasgos orientales. Algo muy común en estos tiempos. Era un peleador muy hábil, sabio y amistoso, que era muy apegado con todos sus alumnos, conocidos y amigos. Adolf era uno de sus mejores alumnos, era un avanzado, maestro para los principiantes, los alumnos menos avanzados y más nuevos. El día sábado de la semana en la que murió el padre de Adolf, el Shifu Fang le sugirió y le pidió a Adolf que descansara un tiempo para que sus sentimientos descansaran, para no sobre esforzarse.
–Estoy bien, maestro –Negó Adolf–. He aceptado su retirada de este mundo, y no siento nostalgias, sino alegría de que mi padre haya encontrado la paz que tanto buscaba en su mundo. Su paz interior.
-¡Excelente! –Se alegró el maestro–. Veo que has entendido la aceptación. Sin darme cuenta te has convertido en maestro.
Después de un arduo día de entrenamiento, Adolf va a buscar a un ex compañero de su clase, el cuál tiene conocimientos sobre computación, búsqueda global, infiltramiento en sitios web importantes… El típico chico hacker.
–La mafia Árabe –Dijo el muchacho hacker–. Sólo conozco a los sicarios, pero no he escuchado sobre los “Hashshashins”.
–Son asesinos “mitológicos” –Argumentó Adolf –. Según lo que me contó un amigo que sabe del tema.
–Entonces me toca investigar, “compañero” –Respondió el hacker–. Dame tu número y te llamaré apenas encuentre su ubicación. Pero tengo una duda: ¿qué harás cuando sepas su ubicación? ¿Qué harás cuando los encuentres? ¿Los mataras a todos con tus “artes marciales”?
–Eso sólo es mi problema –Respondió –. Tú sólo busca donde se encuentran y llámame a este número. –Adolf le entregó un papel con el número de su celular y salió de la habitación llena de “trastos” tecnológicos, cables y conectares del muchacho, que vivía en una pequeña casa con su generosa y comprensiva madre, que se despidió de Adolf antes de su salida: –Hasta luego muchacho, cuídate en la calle–. A lo que responde: Hasta luego señora. Cuídese mucho. Y haga que su hijo encuentre algún hobbie, además de estar sentado con una pantalla al frente de él.
Al día siguiente, después de su trabajo, Adolf decidió faltar a su entrenamiento de Parkour con sus compañeros para esperar la dichosa llamada. Se quedó en su cuarto, sentado en su cama, mientras veía su celular con atención, los ojos bien abiertos, apoyando sus codos en sus muslos para descansar sus brazos y una mano sobre su puño frente a su cara, en posición pensativa. Esperó, esperó, esperó y esperó con mucha paciencia y atención. “Pagarán por lo que han hecho” era lo que pasaba por la mente de Adolf, mientras estaba sentado en la oscuridad de su habitación. Sonó su celular. Al fin llegó la llamada: –Hola Adolf, bue…
-Pasémonos el saludo y dime lo que lograste encontrar –Respondió Adolf, con un tono molesto-.
–De acuerdo. Una casa abandonada en (información de dirección omitida). Suerte –Colgó el muchacho, sin decir nada más.
Adolf se preparó. Se colocó su suéter negro con capucha sobre un chaleco anti balas que le había regalado un tío que era oficial de policía, el cuál obviamente no podía contactar porque lo que pensaba hacer era una locura, un suicidio, y un acto en contra de la ley; se puso su mono más liviano, zapatos deportivos (los que siempre usaba para entrenar Parkour), tomó una navaja de supervivencia que guardo en un porta navajas en su pierna; y unos binoculares. -¿Cómo podré enfrentar yo sólo a toda una mafia posiblemente armada hasta los dientes? –Pensó Adolf, casi arrepintiéndose de lo que quería hacer, porque no tenía a quién acudir que podría apoyar su venganza, ni tenía “alguien” de quién despedirse, y prefería mantener eso en secreto de sus camaradas. –No importa. Si muero, moriré con honor.
Adolf se dirigió en la noche a una casa enorme, una mansión. Estaba clausurada. Exteriormente se veía algo gastada y descuidada. Al frente de la puerta de entrada, en la calle, se encontraba una camioneta blanca. –Debe ser de ellos. ¡Excelente! –Dijo Adolf, tragando saliva.
Adolf corrió al muro, dio un golpe con la punta del pie impulsándose con la pared para subirla, se agarró al filo, subió y cruzó al otro lado del este. Se colocó en un árbol, en la parte contrario de la casa, para esconderse. Sacó los binoculares e intentó ver si había alguien adentro. No lograba ver e intentó acercarse más. Se dirigió sigilosamente a un árbol más cercano a la casa, otro y otro. Se fijó que una luz salía del interior de la casa. –Deben de ser ellos –Dijo Adolf, con el corazón en la mano y el pulso acelerado. Sacó de nuevo los binoculares e intentó ver. No logró ver nada. Tendría que entrar. Adolf se acercó todo lo posible, intentando ir por partes donde bloqueara el campo visual de las ventanas de ambos pisos de la casa. Cada paso sentía cómo su corazón se aceleraba, el sudor incrementaba y mojaba su franela y su suéter; su capucha le incomodaba. Mientras más se acercaba a la ventana por la que pensaba entrar, más sentía ganas de desistir e ir a casa. Empezaba a creer que lo que hacía era una locura y no valdría la pena.
-¡No! –Dijo en voz baja-. Ya llegué hasta aquí. Ellos merecen la muerte por lo que le hicieron a un inocente científico, mi padre. No me dejaré vencer por mi ego. No, ¡no! ¡Vamos, Adolf! –Respiraba rápidamente y exhalaba el aire con fuerza para calmar los nervios un poco y que baje la presión. Intentó dejar la mente en blanco un momento.
-Ya estás listo –Se dijo a sí mismo-. Es momento de actuar o morir en el intento. Actuar o morir. Matar o morir, ¡matar o morir! ¡Vamos! ¡Como los guerreros de las historias!
Adolf, decidido, abrió lentamente la ventana intentando no hacer ruido. Entró con sumo cuidado y buscó la habitación con la luz encendida. La encontró. La puerta estaba abierta. Adolf sacó el cuchillo de supervivencia, se colocó al lado de la entrada a la habitación. Sentía el corazón en la garganta, casi se petrificaba del miedo, pero no se dejó intimidar. Asomó un poco la cara para ver dentro de la habitación. No había nadie ahí. Sintió que el mundo se cayó al suelo y sus hombros se relajaron. Soltó una pequeña risa y entró a la habitación e intentó buscar la razón de que la luz estuviera prendida. Algo se acercó por su espalda. Al voltear sintió un golpe en la muñeca donde tenía el cuchillo. Por reflejo, lanzó una pata hacia atrás. Algo la detuvo y lo tumbó. Lo tomaron por los brazos y le cerraron la capucha para que no pudiera ver.
-No te muevas –Le habló la voz de una mujer. –Si lo haces, tendremos que matarte; alguien quiere hablar contigo.
-¿Quiénes son ustedes? –Preguntó Adolf, mientras estaba arrodillado y era arrastrado por desconocidos que no lograba ver.
-Tus preguntas serán respondidas –Dijo uno de los que lo sostenían, este era un hombre-. Espera un poco.
Los desconocidos lo llevaron a rastras. No sabía que podría pasarle. Sólo pensaba que lo matarían sin haber logrado nada, sin poder conseguir su venganza ni lograr matar por lo menos a alguno de los culpables y morir satisfactoriamente.
-Levántate –Le dijo el hombre–.Tenemos que subir escaleras.
Eso hizo Adolf, sin replicar. Ya no importaba nada. De todos modos moriría. Lo llevarán con alguna especie de jefe de la mafia, le darían un monólogo de “villano” y le acertarían una bala en la cabeza.
Se abrió una puerta y escuchaba unos pasos en toda la sala, además de los de él y de los dos hombres que lo llevaban a rastras. Seguían caminando y le pidieron que se sentara en una silla. Se alejaron los que lo sostenían y uno le quitó la capucha de la cara. Una figura oscura se veía detrás de una mesa con los codos sobre esta, con las manos cerca y los dedos entrecruzados en forma pensativa.
-¿Tu nombre es Adolf? –Preguntó el hombre al otro lado de la mesa.
-Sí –Respondió Adolf-. ¿Y tú eres el infeliz que mandó a asesinar a mi padre con una cuchilla de acero fina? ¿El infeliz que me quitó la única familia que me quedaba? –Gritó, con lágrimas en los ojos.
-Muchacho. ¿Por casualidad tienes la más mínima idea de lo que tu querido padre, que descanse en paz, se dedicaba en su trabajo?
-Era un experto biólogo. Lo más posible es que buscaba la cura de alguna enfermedad o algo por el estilo. No estoy seguro. Nunca me habló al respecto.
-Exacto: “investigaba”… ¿Conoces a los caballeros del Temple?
-Sí –Contestó Adolf –. Mi padre me regaló un libro sobre la historia de las cruzadas. Ellos desaparecieron hace siglos. ¿Qué tienen que ver en esto?
-Los Templarios no han desaparecido, joven. Siguen vivos. Sólo se ocultaron, se disfrazaron. Sus ideales y metas siguen vivos y nosotros nos dedicamos a que eso no ocurra.
-¿A qué te refieres? Los Templarios sólo buscaban que se cumpliera la justicia en Tierra Santa y transportar a los cristianos que cruzaban por los desiertos de Jerusalén. Sus métodos eran brutales, lo sé, pero…
-Nada de lo que sabes es verdad, muchacho. –Interrumpió el hombre– La Orden del Temple, los Templarios, la Iglesia… todos tenían un gran poder, y lo han usado para controlar a las personas, para que los sigan contra su voluntad y crean que todo lo que hacen está bien. Hijo, nosotros somos los herederos de una antigua orden que fue olvidada por la historia y cuyo verdaderos motivos e ideales fueron ocultos y mal interpretados, nuestro credo fue olvidado y nuestras acciones desaparecieron. Somos los que vienen del pasado para enfrentar a un mal presente. Somos los Asesinos.
-¿Y por eso mataron a mi padre? ¿Por qué son una “Orden” de asesinos que se dedican a matar gente que les parece mala? Entonces, si sólo matan “malos”, ¿por qué asesinaron a mi padre?
-Tuvimos que hacerlo, muchacho. Tu padre trabajaba en un proyecto secreto, el cuál descubrimos que buscaban una forma de controlar la estructura genética de las personas y usarla para ver sus recuerdos. Su jefe, el Doctor (información omitida), no estaba con él, pero algún día lo encontraremos y rescataremos nuestro hermano, que es un ex asesino, hijo de uno de los más grandes asesinos de nuestra época, el asesino (información omitida), al que llaman “el Sujeto 17”.
-¿Y qué tiene eso de malo? Quieren ver el pasado de los Asesinos a través de uno de ustedes. No veo el problema.
-Porque no te he contado toda la historia: existe una empresa farmacéutica internacional llamada Abstergo, que oculta sus verdaderos motivos. Son “herederos” de los Templarios, y buscan tener a toda la humanidad bajo su poder, pero tenemos la información inconclusa…
-“Mi padre conspiraba para dominar a la humanidad…”. ¿Están seguros de que mi padre era consciente de lo que hacia?
-Totalmente, muchacho. Y lo lamento, pero mis hermanos no tuvieron alternativa. Me disculpo en nombre de toda la hermandad y te ofrezco ser uno de nosotros y vengar la muerte de tu padre de una forma correcta, haciendo lo correcto. Te entrenaremos, te instruiremos, aprenderás la verdad sobre nuestra orden y la verdad sobre muchas cosas más. ¿Te interesa ser uno de nuestros hermanos?
-No tengo nada más –Dijo Adolf, con una voz suave y triste-. ¿Qué pasará con mis amigos y mi trabajo?
-Nos encargaremos de tu trabajo. Tus amigos y tu maestro de artes marciales serán informados que viajaras fuera del país.
-¿Cómo sabe que…?
-Te hemos visto, Adolf. Pensamos que podrías ser una amenaza. Pero queremos que te conviertas en un aliado. Vemos mucho potencial en ti. Soy el maestro (información omitida). Yo seré tu maestro si te unes a nosotros. –El maestro extendió su mano, esperando…
-Lo haré. Me uniré a ustedes –Adolf le dio la mano-,…maestro.
Adolf renunció a su vida para convertirse en asesino. Se le entregó una capucha blanca. Fue entrenado por el maestro junto con otros miembros de la hermandad: se le enseñó la historia y filosofía que debe saber todo asesino; se le instruyó en el manejo de armas tradicionales como la espada y la daga (ya tenía conocimientos básicos y avanzados de pelea, lo que le facilitó su entrenamiento y avanzó rápidamente); se le enseñó el desarmamiento y uso de armas de fuego; supervivencia, actitud en las misiones; también se le enseñó a infiltrarse en todo tipo de edificaciones, a robar información, a proporcionar información falsa, entre otras cualidades necesarias para un buen asesino. Pasó el tiempo. Adolf se había convertido en un asesino excelente, pero quizás no el mejor. Ya había tenido diferentes tipos de pruebas de sus habilidades, ya solo necesitaba el permiso para empezar con las misiones.
-Me has sorprendido, hermano –Dijo el maestro, tras finalizar su última prueba-. Ya has demostrado que eres capaz de enfrentar cualquier tipo de situación, sólo necesitas una verdadera prueba de aptitud mental, un reto. Una misión real y un salto de fe que marque tu compromiso con la hermandad y tu aptitud y valor.
-¿Qué debo hacer? –preguntó Adolf.
Entró a la habitación un asesino, con la manga izquierda de su suéter manchada de sangre y un sobre en la otra mano.
-Aquí está, maestro –Dijo el asesino, mientras le entregaba el sobre.
Muy bien, hermano –Respondió el maestro, al recibirlo-. Ya tu misión ha concluido. Puedes retirarte. Di pace sia con voi.
-Gracias, maestro. Di pace sia con voi –El asesino se retiró sin fijarse en Adolf. Abrió la puerta de la habitación y se perdió de vista.
-Era un agente de campo –Dijo el maestro-, al igual que tú, pero con talentos en la recolección de información. Tú talento está en el infiltramiento, el robo y la lucha. Tu misión es otra –Revisó el interior del sobre, habían papeles e imágenes. Posiblemente de ubicaciones y personas. Lo puso todo en la mesa. Lo leyó y separó un papel del resto-. Aquí entras tú: un avión despegará en un par de horas. Tiene una carga valiosa y muy peligrosa en manos templarias. Debes recuperarlo.
-¿Qué es? –Preguntó Adolf.
-No necesitas saberlo. Sólo debes saber la dirección del aeropuerto, encontrar el artefacto y traerlo de vuelta para que sea destruido –Le entrega el papel que separó del resto-. Esta es la dirección. Ve y cumple tu misión. Di pace sia con voi.
-Di pace sia con voi, maestro –Le respondió Adolf, mientras se retiraba.
Ya, en el aeropuerto indicado, en plena noche, había una camioneta negra con cuatro personas adentro: el conductor, el copiloto y otro que acompañaba a Adolf en la parte trasera; esperaban al objetivo.
-Ahí está –Señaló uno de los asesinos que acompañaban a Adolf.
Estaban cinco hombres vestidos de traje caminando a la entrada del aeropuerto. Uno de ellos tenía un maletín de acero de gran tamaño.
-Ya sabes lo que tienes que hacer, hermano –Dijo el conductor de la camioneta-. Es hora de actuar.
-Lo sé –Respondió Adolf, mientras se ponía su capucha blanca.
-Intenta no morir, hermano –Agregó el copiloto de la camioneta.
-No tienes que recordármelo –Adolf suspiró y se preparó para salir mientras se ponía su hoja oculta, modificada con una pistola oculta-. Di pace sia con voi, hermanos.
-Di pace sia con voi –Le respondieron en conjunto los tres asesinos de la camioneta.
Adolf esperó el momento para salir. Los hombres ya habían entrado. No se encontraban más posibles amenazas alrededor y salió. Se dirigió disimuladamente a la entrada, entró al aeropuerto y buscó la localización de su objetivo. Los hombres de traje estaban entrando a una puerta y Adolf los siguió, desplazándose mientras se mezclaba con las personas. La puerta llevaba a la pista de aterrizaje del aeropuerto, por la cuál se llegaba a un avión privado. Era el avión que mencionó el maestro. Adolf se acercaba lentamente. Observó a los hombres de traje, que tenían una especie de clip de metal en forma de una cruz patada roja pegada en el pecho. Los hombres estaban muy cerca del avión. Debía apurar el paso. No encontraba forma de entrar, así que se dirigió al cargador de equipaje. Golpeó al encargado de la cargar del avión para dejarlo inconsciente; tenía el camino libre. Dejó lo que quedaba de las maletas en el suelo y entró por la monta equipaje, y se dirigió a toda prisa a la puerta que va a la parte de los pasajeros. Abrió la puerta y estaba en una sala llena de tesoros y artefactos posiblemente antiguos. Nada de eso era de su interés. Fue a la siguiente puerta donde estaban los pasajeros. Una azafata lo vio al entrar y, antes de gritar por el susto, Adolf le tapó la boca y la golpeó en el cuello para dejarla inconsciente; no le habían ordenado matar inocentes; mientras menos muertes, mejor. Ya podía ver las sillas de los pasajeros. Sólo estaban los hombres de trajes con el maletín de acero, su objetivo. Uno de los hombres se levantó y fue al baño, del cuál Adolf se encontraba al lado de la puerta. Al pasar por la cortina, Adolf lo tomó por la espalda, le tapó la boca, abrió la puerta del baño y lo introdujo ahí, con un golpe en la nuca, junto a la azafata, también inconsciente. Adolf se sentía presionado, su corazón estaba acelerado, pero recordó su entrenamiento y se calmó, pensando “Estoy más que preparado para esto. Sólo tengo que seguir el plan”. Después de unos minutos, los hombres de traje se extrañaron de la ausencia de uno de sus compañeros y dos de los cuatro se dirigieron al baño a buscarlo. Adolf los esperaba para neutralizarlos. Uno entró primero, por casualidad volteó a la dirección del escondite de Adolf y lo descubrió. Pero él le saltó encima mientras lo golpeó en la yugular; el otro que estaba a su lado lo tomó por la espalda y Adolf dio un rápido golpe con la cabeza a la cara del hombre, hizo los brazos hacia el frente para liberarse, se agachó, golpeó en el abdomen y le dio una rodillada en la cara, tumbándolo fuera de la cortina. Grave error. Los dos hombres que quedaban vieron el cuerpo inconsciente en el piso. El del maletín de acero corrió a la cabina del piloto, mientras el otro sacó una pistola para matar al asesino. Adolf usó el cuerpo de uno de los que estaban inconscientes para cubrirse mientras cargaba su pistola oculta, preparada para cualquier cosa, pero el momento de su uso no había llegado. Se escucharon diversos disparos. Adolf esperó a que se le acabaran las balas. Escuchó el cambio de cartucho de la pistola. El asesino soltó el cuerpo, corrió lo más rápido que pudo al atacante. El hombre cargó la pistola. Al disparar, Adolf esquivó un posible tiro certero a su cabeza. No había otra opción; Adolf sacó su hoja oculta y la enterró en el esternón del hombre. Mientras lo ponía en el piso, le dijo al cadáver “Requiescat in pace”. El avión empezó a moverse. Estaba despegando. Adolf se dirigió inmediatamente a la cabina de mando para tomar el objetivo antes de que despegase. Al estar al frente de la puerta, algo lo golpeó en el pecho y lo lanzó hacia atrás, dio un rodamiento en el suelo, y al restablecer su posición de pie, vio que lo que lo había lanzado fue una patada de otro hombre de traje, que se veía más fuerte y con mayor condición de pelea que los demás. Al parecer se encontraban más de ellos protegiendo el avión. El templario corrió con intención de atacar hacia el asesino. Adolf lo esquivó dando una rodillada en el abdomen para que este bajara la postura, pero el templario lo detuvo con ambas manos. Adolf giró para estar en contrario con el hombre de traje que también giró, para tenerlo al frente. Adolf sacó la hoja oculta, y el templario sacó una daga de su traje. Ambos se acercaron al mismo tiempo, dando un ataque, quedando estancados entre ellos: Adolf sostenía la mano de la daga del templario mientras este sostenía su mano con la hoja oculta. Se alejaron. La pelea se puso intensa: ambos se lanzaban ataques con las cuchillas sin acertar ningún golpe, cada uno era bloqueado por el otro. El avión se empezó a elevar; al sentirlo, Adolf usó la fuerza de impulso para saltar encima del templario y clavarle la hoja oculta en el cuello. Sólo quedaba ir por el maletín. En la cabina de mando estaba el conductor que, en el instante en que el asesino entró, se levantó con una pistola para matar al intruso, quien se agachó en el momento del disparo que fue acompañado por el disparo de su cañón oculto. Ya no había conductor y el hombre con el maletín estaba en una esquina esperándolo con una navaja en la mano, lo que no fue problema evitar para Adolf, que lo esquivó y golpeó al templario en la cara. El hombre, que se había caído, se levantó para estar en la pelea de nuevo. El avión comenzó a perder estabilidad y caer. El templario atacó y Adolf lo pateó en el pecho, que con el impulso calló sobre los controles, golpeando también el mando del avión provocando un giro busco que hizo que Adolf callera para atrás; junto a él, entre la cabina y los asientos de los pasajeros, estaba una puerta y dos paracaídas. Se levantó, tomó uno y fue por el maletín, pero el templario lo evitó acercándose rápida y desesperadamente a Adolf, con casi demencia en sus ojos: le dio un buen golpe en la barbilla que lo lanzó a la a la mitad de las sillas de los pasajeros, quitándole la capucha y rompiendo el paracaídas.
-Quizás no cumpla mi misión, pero no dejaré que tú vivas, ¡asesino! –Dijo el templario, que tomó el otro paracaídas, abrió el portón del avión y saltó.
Sin pensarlo dos veces, Adolf corrió a la puerta y saltó, con los brazos extendidos, “un salto de fe”, y acomodándose en pleno aire, haciendo una caída en picada, para alcanzar al templario. Cargó su cañón oculto, apunto al hombre de traje y disparó: la bala dio justo en el blanco, en su cabeza. Adolf se acercó al cuerpo, le quitó el paracaídas y se lo puso, mientras volteaba en el aire para ver qué ocurrió con el avión: presenció cómo este se desplomó junto con el maletín, su objetivo, en las montañas estadounidenses de (información omitida), iluminando esa oscura noche con el fuego.
Al regresar con el maestro, Adolf dio la noticia de la pérdida.
-No es problema, hermano –Le respondió el maestro, con un tono aliviado-. Los hombres no deberían poseer arma tal como lo que se encontraba en ese maletín.
-¿Qué era eso que tanto deseábamos destruir, maestro? –Preguntó Adolf.
-Es mejor que no lo sepas; no es necesario. Ve a tus aposentos y descansa; mañana tienes otra misión, aún más importante. Di pace sia con voi, hermano.
-Di pace sia con voi, maestro –Respondió Adolf, mientras salía por la puerta.
Con las dudas encima, se le dificultó dormir e intentó escuchar música, mientras estaba acostado con los brazos en la cara, para despejar la mente.
Al día siguiente, el maestro tenía las características e información de la siguiente misión de Adolf:
-Tu siguiente misión será más importante que la anterior –Le dijo el maestro mientras le entregaba un papel con la foto de un edificio donde se apreciaba su nombre en la entrada “Abstergo Industries”-. Deberás infiltrarte, buscar la computadora principal, cuya ubicación está en los papeles, y deberás usar este dispositivo de almacenamiento para robar una información que está en un archivo cuyo nombre también está en el papel.
-Entiendo maestro –Respondió Adolf mientras recibía el Pen Drive-. Partiré enseguida. Pero tengo una duda, maestro: ¿por qué no usó a alguna especie de hacker para robar la información?
-Lo intentamos. ¿Crees que no estamos al tanto de la tecnología actual? –Respondió el maestro con un tono rígido-. Hubo una especie de bloqueo en las computadoras y decidimos robar la información del modo clásico: enviando a un agente de campo. Ahí entras tú. Ve y cumple tu misión y di pace sia con voi.
-Entiendo, maestro –Respondió Adolf mientras caminaba de espaldas hacia la puerta-. Di pace sia con voi.
Esta vez, Adolf se dirigió solo, a medio día, a su misión. Tenía su capucha blanca, un pequeño bolso, su hoja oculta con el cañón incorporado, ambos de aleación de carbono para no ser detectados por algún posible detector de metales. Miró la puerta del enorme edificio mientras respiraba hondo para calmar el estrés de entrar a este, con una inhalación y un gran suspiro. Empezó con su misión. No había mucha gente dentro del edificio, como esperaba. Era un típico edificio de medicina a simple vista, pero según los planos, todo debería ponerse ¨interesante¨ después de un par de pisos hacia arriba. Habló con el recepcionista y preguntó por las oficinas, el permiso que necesitaba para adentrarse a los pisos superiores. El hombre le dijo que debía entrar por la puerta eléctrica de vidrio que abrió para que tuviera acceso y subir al siguiente piso. Adolf entró, se fijó a simple vista en las cámaras de vigilancia, las cuales serían un problema, pero el asesino no creía que las personas en ese edificio supieran que un asesino entraría con un suéter de capucha blanca, así que simplemente las ignoró y siguió con su camino a la computadora de una oficina que estaba indicada en un mapa, el cuál le entregó el maestro junto con los otros papeles de la misión. Pasó el piso que le indicó el recepcionista y siguió por las escaleras hasta el quinto piso, donde se suponía que estaba la oficina. Como estaba indicado en el mapa, había una reja cerrada con un seguro especial en el quinto piso, la cuál fácilmente abrió con la llave correcta: una clave de 10 dígitos que yacían escritos en los papeles de la misión. Pasó dentro del piso cinco y buscó la oficina indicada con la computadora principal de un tal Doctor Vidic. Ya, dentro del lugar, introdujo el dispositivo de almacenamiento. Introdujo la clave que le habían otorgado anteriormente, en el mismo papel, y abrió el archivo del computador llamado “Dossiers de Abstergo”. De repente, una alarma se encendió y tuvo que apurarse. Aunque no se veían los archivos mientras pasaban al dispositivo cuando lo abrió, y la computadora se apagaba, por haberse encendido la alarma, logró ver algo en el monitor de la computadora del Doctor: ¨…con nuestra creación, lograremos nuestro objetivo: vigilar a la humanidad¨. Se apagó por completo, después de verse una imagen que decía “transferencia completa: 100%”. Sacó el dispositivo de almacenamiento y salió de inmediato de la oficina con paso rápido pero no apresurado, para no verse sospechoso. Un guardia a sus espaldas gritó: “¡Ahí está! ¡Es el asesino!”. Impresionado que lo descubrieran, se quedó un cuarto de segundo atónito y empezó a correr a las escaleras para bajar inmediatamente. Un guardia estaba subiendo por las escaleras y Adolf lo pateó en la cara para hacerlo caer. En el piso dos, uno de los guardias lo pateó con una pata voladora, lo cuál era muy extraño verlo en un simple guardia de seguridad. Cuando calló al suelo del piso uno, dio un rodamiento para amortiguar el impacto y se levantó rápidamente, en posición de pelea. El guardia sacó un bastón de acero plegable y lo atacó con este. Adolf lo esquivó y le dio un puñetazo en el abdomen, haciéndolo encorvarse y perder el aire, le acertó un codazo en la espalda, calló, y en el suelo, le dio una pisada para quebrarle el cuello. Empezaron a llegar más guardias y Adolf decidió sacar su hoja oculta. Dos le llegaron por el frente y uno por la retaguardia. Adolf se desplazó velozmente a un lado para esquivarlos; los tres se pusieron en posición para atacarlo: uno lanzó un golpe hacia la cabeza de Adolf y otro hacia sus costillas. Adolf bloqueó el golpe que venía de arriba y pateó al que iba hacia sus costillas, le dio una rodillada en el abdomen al que bloqueó y luego un golpe con la palma al cuello para romperle la tráquea. Quedaban dos. Uno se abalanzó sobre él, pero Adolf le dio una patada certera en el pecho, lo suficiente fuerte para romperle las costillas y, posiblemente, matarlo; el otro lanzó un golpe con el batón de acero plegable, Adolf lo esquivó y le enterró la hoja oculta en el cuello, empujándolo al otro lado del pasillo.
La alarma seguí sonando y seguían viniendo guardias. Adolf se encontró corriendo directo por las escaleras al piso de abajo, pero en el piso uno se encontraba otro obstáculo, un tanto más difícil de pasar: innumerables guardias, todos listos para enfrentar al asesino y acribillarlo por completo. Tenía suerte que ninguno tenía pistola, o sería un mayor problema. Así empezó una titánica pelea entre una gran cantidad de agentes de Abstergo y un solo asesino: se vieron golpes, patadas, giros, sudor y sangre goteando en el piso. Adolf recibió tanto castigo como el que dio, pero no se rindió; perseveró ante el dolor y las heridas. El asesino mostró su habilidad y destreza casi insuperable con golpes fatales y llaves mortales; cuchillazos, cortadas y clavadas de su hoja en gargantas, espaldas, abdómenes, entre muchas extremidades. Era una masacre, una fiesta de muerte. Al eliminar al fin a todos los guardias, Adolf se dirigió, con paso forzado y jadeos de agotamiento a las escaleras para bajar a último piso y poder irse a cumplir su misión. No se la dejarían fácil. Después de abrir la puerta eléctrica de una patada, lo estarían esperando dos guardias más, pero estos eran como el sujeto del avión, el que parecía mucho más fuerte y preparado que los otros; pero estos eran dos.
-Ríndete, asesino –Dijo uno de los guardias, con voz agresiva y firme, mientras apuntaban a Adolf con pistolas-. Danos lo que robaste de las instalaciones y tu muerte será rápida e indolora, y podremos pasarnos la molestia de ensuciarnos las manos.
Sin que se dieran cuenta, Adolf cargó la pistola oculta e hizo que pareciera que estuviera masajeando su antebrazo por el dolor. Levantó los brazos, en sugerencia de que se rendía. Mientras los guardias bajaban las pistolas para dirigirse a él y quitarle lo que querían, Adolf se lanzó de un lado y disparó a uno de los agentes, acertándole en la pierna. ¨ ¡Demonios!¨, dijo entre dientes, mientras rodaba con la espalda en el suelo y se levantaba para ir directo al otro guardia, quién lo estaba apuntado mientras corría hacia él: disparó. Adolf esquivó dando otro giro, retomo la marcha a la dirección de su enemigo, sacando su hoja oculta. El asesino lanzó un golpe a las muñecas del guardia para quitarle la pistola de las manos mientras se desplazaba a la derecha, lanzó un golpe con la mano extendida, buscando clavar su hoja; pero el agente lo evadió, lo golpeó en la cara, con tal fuerza que el joven guerrero tuvo que dar un rodamiento en el piso para no caer de cara. Al levantarse, el templario intentó un ataque dándole una patada. Adolf la detuvo, barrió con una patada la pierna que tenía de apoyo, lo hizo caer, y se lanzó encima de él, clavándole la hoja en el cuello. Después de unos segundos, el guerrero se levantó y fue decidido a la puerta. Pero sentía algo en su espalda, una sensación quemante concentrada en un solo punto. Se sentía débil y se tambaleaba. Le habían disparado por la espalda. Se volteó y era el guardia al que había disparado en la pierna. Con sus últimas fuerzas, Adolf gritó y se lanzó saltando sobre el templario que no podía moverse, quién lo único que pudo hacer es disparar de nuevo y acertarle una bala en el abdomen. Al caer, le clavó la hoja en el cuello. Se intentó levantar para llegar a la puerta, pero el dolor era insoportable. No podía más. Calló al suelo en el momento en que estaba justo al frente de la puerta, la cuál se abrió automáticamente por el sensor de esta.
-Ya termina aquí. No podré cumplir mi misión… mi segunda misión… no pude hacerlo, maestro, lo lamento… Sólo quisiera saber… llegar al día en el que ese asesino que secuestraron, en la historia que me contó el maestro, logre salvar al mundo… el ex asesino: Des…Mond…Miles –Adolf padeció y todo se puso oscuro para él. Con lo que le quedaba de vida, podía escuchar:
-Un hermano caído. Debe ser él.
-¡Rápido! ¡Toma la información y vámonos, antes de que lleguen los guardias!
-… ¡Lo tengo! Diste lo mejor de ti, hermano, ahora nos toca a nosotros. Requiescat in pace.
Gracias por leerlo!